El que empuja no se da golpes: Una reflexión sobre la lucha cubana y el exilio.

La dictadura cubana ha perfeccionado el arte de dividir para vencer, y una de sus armas más sutiles es la frase "El que empuja no se da golpes". Esta expresión, usada para deslegitimar a quienes desde el exilio alzan su voz contra el régimen, busca sembrar discordia y restar valor al apoyo que los cubanos fuera de la isla ofrecen a los que resisten desde dentro. Es un intento de minimizar el mensaje de lucha, insinuando que solo quienes están físicamente en Cuba tienen derecho a opinar o actuar. Pero, ¿quiénes son los que realmente sufren la falta de comida, medicinas, electricidad y libertades? No son los que empujan desde afuera, sino los que enfrentan el día a día bajo el yugo del régimen.

Esta frase, además, ignora una verdad poderosa: los exiliados están brindando el respaldo que muchos no tuvieron cuando estaban dentro, ni siquiera de sus propios compatriotas. Mientras el régimen fomenta la apatía con tácticas como rebajas en pasajes o facilidades para enviar desde agujas hasta autos, se perpetúa una dinámica perversa. Muchos cubanos, al pisar la isla de regreso, se transforman en una caricatura del "Beato Samaritano Familiar". Llegan, hacen alarde de su supuesto éxito, alquilan un auto, pagan un par de tragos y se van, dejando tras de sí una estela de superficialidad. ¿Es esto contribuir? ¿Mejora Cuba porque un millón de sus hijos viajen a tomar cerveza, alquilen carros o, peor aún, alimenten dinámicas que rozan la explotación, sin pensar en las consecuencias para sus propias familias?

"El que empuja no se da golpes" no es solo una frase vacía; es una trampa. Depende de a dónde te empujen. Porque quienes no se atreven a alzar la voz desde dentro, esos sí empujan... pero hacia abajo. Cuba no necesita redentores de fachada ni turistas de su propia tragedia. Necesita unidad, conciencia y un compromiso real, desde dentro y desde fuera, para romper las cadenas de la opresión. La lucha no es de unos contra otros, sino de todos contra un sistema que nos divide. Porque al final, el golpe más duro no lo da quien empuja, sino quien se queda callado.

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